Impresiones e ideas tras la lectura de «Imagen, icono y promesa» de la autora palestina Sahar Khalifeh.
Ahora Jerusalén es otra: la histórica. Pero entonces Jerusalén era Mariam. ¡O quizá la ciudad es mi memoria y mi primer amor es historia!
p. 7
Imagen, icono y promesa es la novela con la que Sahar Khalifeh ganó en 2006 el prestigioso premio literario árabe Medalla Naguib Mahfuz. Esta reconocida y premiada escritora palestina con una larga lista de novelas publicadas nació en Nablús en 1941.
Su trayectoria está marcada por la lucha a favor de la causa palestina que, desde su punto de vista, es indisoluble de la lucha por los derechos de la mujer palestina. Ambas causas, en su opinión, están unidas y la consecución de la primera pasa por la obtención de la segunda.
Porque son mucho más que tres libros cortos que con cierto maniqueísmo comparan al honesto comisario Llob con el entramado de fanáticos y corruptos que pululan por la capital argelina.
Silvia R. Taberné
El escrito sirio-alemán Suheil Fadel, más conocido como Rafik Schami, comentaba en su libro Sofía y el origen de todas las historiasque la novela negra no era tema recurrente en la literatura árabe, quizás porque para ‘negra’ la historia de golpes de Estado y dictaduras de muchos de estos países que no dejan espacio para más casos truculentos inventados.
Reseña de «Un autobús verde sale de Alepo» escrita por Jan Dost y traducida por Naomí Ramírez para Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Autora Silvia Rubio Taberné.
Esa es la lógica de la guerra, padre. El ser humano se vuelve un bloque de odio, rencor y salvajismo
En Un autobús verde sale de Alepo de Jan Dost
“Esa es la lógica de la guerra, padre. El ser humano se vuelve un bloque de odio, rencor y salvajismo”. Y esa lógica que tan bien describe la sinrazón de la guerra arrasa, como esos misiles BN-21 la ciudad de Alepo, las vidas de la familia de Abu Leila.
Cuando digo feminismo, cuando digo libertad, me refiero a vivir sin que me releguen a un segundo plano, sin que mi existencia, mi opinión, mi placer y mi dolor valgan menos que la existencia, la opinión, el placer y el dolor de mis hermanos hombres.
“Cuando digo feminismo, cuando digo libertad, me refiero a vivir sin que me releguen a un segundo plano, sin que mi existencia, mi opinión, mi placer y mi dolor valgan menos que la existencia, la opinión, el placer y el dolor de mis hermanos hombres”. Con estas palabras comienza el alegato de Siempre han hablado por nosotras, unas palabras que de lógicas, en esta época de posverdad, se les buscan dobles sentidos y mil ‘peros’, más si quien las escribe es una hija de emigrantes marroquíes.
Najat El Hachmi se aleja de la literatura a la que nos tenía acostumbradas a sus lectoras para escribir este breve ensayo sencillo, directo… muy directo, un bofetón, en realidad. Siempre han hablado por nosotras sigue la estela de otras grandes feministas como Huda Shaarawi, Nawal el Saadawi, Wassyla Tamzali o Mona Eltahawy, pero también de RosaLuxemburgo o Mary Wollstonecraft. Su feminismo es universal y sus influencias no se cierran a fronteras de ningún tipo: la búsqueda de la igualdad es la misma para una mujer en España o en Marruecos.
Su feminismo es universal y sus influencias no se cierran a fronteras de ningún tipo: la búsqueda de la igualdad es la misma para una mujer en España o en Marruecos.
La diferencia principal con todas ellas es que El Hachmi parte de su propia vivencia para interpelar a las mujeres de familias emigradas en Europa, así como a las nuevas conversas a las que recomiendo una lectura sincera y sosegada para contestar a las preguntas que plantea el libro. De todos los temas tratados, caben destacar algunos puntos, trending topic últimamente.
La autora dedica capítulos al llamado feminismo islámico y, enlazado a ello, la crítica de moda del colonialismo blanco, a saber, “las blancas te dicen como pensar”. Hachmi no se anda con rodeos: “Según esta corriente, hay un feminismo llamado blanco occidental, que más que una propuesta de emancipación es un instrumento de dominación colonial. Tras años de lucha contra el racismo biologicista que sentó las bases de las diferencias raciales, resulta que ahora se nos vuelve a colocar en compartimentos separados por vía del activismo anticolonial: si eres negra aquí; si eres musulmana, para allá; si eres blanca más vale que te calles porque eres una privilegiada”.
Si a este racismo subyacente que niega un feminismo sin adjetivos le añadimos una mirada estanca y plana del mundo árabe, nos podemos preguntar dónde encajan todas aquellas mujeres musulmanas cuya fe no concuerda con los planteamientos de las llamadas feministas islámicas o de aquellas que han decidido que su vida no gire alrededor del islam o de la manipulación de un patriarcado que se autodefine como feminista… siempre y cuando no saques los pies de su tiesto.
¿Por qué somos capaces de plantear dudas, de hablar sin tapujos, sobre el catolicismo y nos mostramos acríticos contra el islam (o el judaísmo)?
Pero también es una interpelación a los que no somos musulmanes, a esos europeos de extrema derecha a la que le importa un comino la situación de estas mujeres con tal de crear odio y ganar votos. Y de esa izquierda que en nombre de la relatividad cultural caen en la condescendencia, cuando no en el cinismo. ¿Por qué somos capaces de plantear dudas, de hablar sin tapujos, sobre el catolicismo y nos mostramos acríticos contra el islam (o el judaísmo)?
Quien espere en esta obra un alegato violento para arrancar velos o quemar textos sagrados por las calles se equivoca. Lea el libro. En él hay hueco para hablar de la correcta moral de una “religión feminista” cuyos creyentes a la mínima juzgan a las mujeres como caramelos. Se dirige también a aquellas jóvenes que tienen que llevar el peso de ser estandarte de una religión y hacer lucha de dos causas que son diferentes: el racismo y el machismo; toca el velo, toca la confusión entre identidad y ciertas lecturas religiosas, toca la tradición, toca el buenismo cobarde de unos y la manipulación que genera odio por otros, y toca las narices a los que en algún momento nos vemos reflejadas en sus páginas. Porque reconozco que yo también no he preguntado por temor a ofender. Este libro es una invitación a la reflexión en tiempo de eslóganes vacíos. Y se agradece.
“Cierro los ojos para no ver desfilar la ciudad, para no ver las calles de Argel, la blanca. Nací aquí, siempre he vivido aquí y seguramente moriré aquí, y ya no veo la blancura, la belleza o la alegría de vivir en esta ciudad, solo los agujeros que me hacen hundirme en mi sitio, las palomas que se cagan en mi cabeza, y los jóvenes parados que intentan meterme mano por la calle”
“Cierro los ojos para no ver desfilar la ciudad, para no ver las calles de Argel, la blanca. Nací aquí, siempre he vivido aquí y seguramente moriré aquí, y ya no veo la blancura, la belleza o la alegría de vivir en esta ciudad, solo los agujeros que me hacen hundirme en mi sitio, las palomas que se cagan en mi cabeza, y los jóvenes parados que intentan meterme mano por la calle”, narra Yasmine desde las páginas de El reverso de los demás y así, de un plumazo, te sumerges en lo cotidiano de una Argelia alejada de la postal.
Kaouther Adimi (Argel, 1986) tiene apenas cinco obras por las que ha recibido el doble de premios. Si por tus manos caen El reverso de los demás, su primera novela, o Nuestras riquezas, ambas publicadas en castellano, se entiende tanto boato.
Adimi parece que es autora de pocas palabras. Si una tiene el talento de contar mucho con un estilo preciso, certero, bien contado, no hace falta caer en páginas paja. No lo necesita, sabe lo que quiere contar y lo cuenta como nadie.
Capaz en Nuestras riquezas de narrarnos las vicisitudes de fundar una librería-editorial que, para más inri, fue la ‘descubridora’ de Camus, atravesó como pudo la Segunda Guerra Mundial y los comienzos de la revolución argelina, mientras cambiando su línea temporal (quizá la parte más floja del libro) grita su amor a los libros; en El reverso de los demás, Adimi nos fotografía una familia argelina y su vecindario.
De sus personajes apenas tenemos un esbozo. Las 90 páginas de este relato no pretenden ser una llamada de atención ampliamente desarrollada de la situación de la mujer, de la sociedad, de la falta de horizonte laboral de los jóvenes argelinos o de sus sueños de labrarse un futuro lejos de su país, aunque de todo ello se habla en sus páginas.
No. Libros que relatan pormenorizadamente estos temas tenemos cada vez más, las noticias incluso nos recuerdan de pasada lo turbulento de la actualidad argelina, así que la autora parece centrarse en problemas más comunes, más universales: lo poco que conocemos a nuestra propia familia o a nuestros amigos y vecinos porque realmente no nos paramos a saber más, no nos detenemos a escuchar, a preguntar, así que los silencios se llenan de ideas preconcebidas.
En varios capítulos cortos nos presenta a un elenco de personajes carcomidos por dentro que no hablan entre sí, de los que no tenemos referencia y de los que no sabremos su final. Cuenta con un epílogo como vuelta de tuerca. Pero poco más: el libro es la captura de un momento y unos pensamientos, no una historia desarrollada. Quizás ahí radique la única pega del relato. Los protagonistas dan para mucho más, el boceto de todos ellos deja con la miel en los labios y la sensación de que se han desaprovechado unos personajes, en especial el de Yasmine, que podrían dar para una novela ellos solos.
Pero quizá la idea era esa, demostrar que si alguien puede en su primera novela dejarte con ganas de más será porque merezca la pena seguir la pista de la autora.
Mi nombre es Thais Pintor y soy salmantina, el primer paso fue Túnez, ahora vuelo un poco más lejos. Siguiente destino: Egipto. Estudiar árabe en España fue "fácil", enfrentarme a la inmersión lingüística, no tanto.