Una de las formas más habituales de invitar a la lectura es decir que la literatura es una manera de viajar sin salir del sofá ni abandonar el salón de tu casa. (La verdad es que barato sí que es y no tienes que preocuparte de qué meter en la maleta).
Desde mi punto de vista, ese tópico se ajusta bien a la realidad porque la literatura que se genera en una cultura está impregnada de la forma de vivir y ver el mundo de la sociedad que la alumbra. Por esta razón, la literatura siempre me ha parecido, después de viajar y convivir con la gente, la mejor forma de acercarse a otros imaginarios colectivos, leyes, organizaciones sociales, paisajes, vestimentas, gastronomías, etc.
Entré en contacto por primera vez con la literatura árabe en octubre de 1997 cuando empecé a cursar la carrera de filología árabe en la Universidad de Alicante. Ese año tuve la gran suerte de adentrarme en un mundo fascinante que, con el tiempo, se ha convertido en otro prisma desde el que mirar este mundo en el que vivimos. Aprender lengua árabe con 18 años fue toda una experiencia porque suponía incorporar una nueva alfabetización, con todo lo que ello conlleva.
Reconozco que comenzar la exploración de la literatura árabe a través de la teoría no es muy atractivo porque, a los que somos lectores, nos gusta perdernos entre las páginas de un libro o la escucha de un hermoso poema. Sin embargo, contar con todos los puntos de referencia se hace imprescindible para comprender las obras que leeremos en los sucesivo. Así que el primer libro que adquirí fue: «Manual de Literatura Árabe Clásica desde la época preislámica al Imperio Otomano» de María Jesús Rubiera Mata.
Así comenzó mi relación con el árabe y su mundo. Desde ese octubre de 1997 no he podido abandonarlo y he sufrido aquellas épocas en las que, por circunstancias de la vida, estuve lejos de él. Ahora que vuelvo a él es el mejor momento para repasar mi biblioteca y poner orden en ella.