Si me paro a pensar en cómo elijo mis lecturas, me doy cuenta de que mis elecciones son de lo más irracional. Nunca tengo un plan trazado ni me fijo en las últimas novedades del mercado. De hecho, es todo muy azaroso. Los títulos van apareciendo delante de mí y me llaman. Por eso, me fascina leer a personas que están emocionadas porque han comprado un libro cuya publicación llevaban meses esperando. Por desgracia, no me ha pasado nunca y me encantaría que me ocurriese.
Hay quien lee en función de las propuestas del club de lectura al que se han apuntado. Confieso que he intentado seguir las propuestas de algunos de ellos que hay en línea, pero me temo que la anarquía me termina ganando siempre. No sé cómo me las arreglo, pero por lo general se suele cruzar por mi camino algún escritor que no estaba en la lista. Eso sí, a veces me sirven de inspiración para escoger el nuevo título que incluir en mi librería. Eso me pasó, por ejemplo, con «Desoriental» de Négar Djebadi.
A veces me imagino en plan intelectual, pudiendo justificar los motivos que me han llevado a meter en el carrito de la librería este o aquel libro. Y me refiero a razones como: este autor es un icono de su generación o esta obra es representativa de tal o cual corriente o es un clásico ineludible. Sin embargo, confieso que soy un desastre para eso. Y mira que lo intento. La teoría me gusta, me parece importante; no obstante, soy más práctica que otra cosa. De hecho, cuando pensé en empezar este blog, tenía en la cabeza hacer algo más serio y sesudo; pero, al final, todo indica que voy a transitar un camino más ligero.
Supongo que, como todos, unas veces la elección del libro que me voy a llevar a casa depende de las referencias que me hayan dado. Quizá alguien me ha recomendado alguna obra y me lanzo a leerla. Otras veces, simplemente me interesa un tema y me propongo indagar sobre él a través de la literatura. Eso me pasó con la cuestión de los refugiados; varias son las novelas que han entrado en mis estantes para satisfacer esa curiosidad (quizá esta no sea la palabra adecuada, prometo cambiarla más adelante). Ejemplo de ello son las novelas de Rafik Schami.
Algo que me ocurre con frecuencia es que si conozco un autor y me gusta la primera novela que he leído, no puedo evitar leer casi toda su obra. Se convierte en una especie de compulsión. Esto me ha pasado, por ejemplo, con Elena Ferrante; recuerdo que mis primeros acercamientos a su obra eran incómodos y me llevaba a un mundo difícil de transitar, pero finalmente me atrapó. Terminé por traer a mi biblioteca todas sus obras y conociendo la historia de Nina con todas sus aristas y vivencias. Ahora he enfilado a Yasmina Khadra y tengo mucha tarea por delante.
Por supuesto, ¿quién no elige la lectura en función de su estado anímico? A mí me pasa. Hay temporadas que leo por entretenimiento, no me apetece pensar porque el peso de los días solo pide un descanso y paz mental. Y la lectura los trae. Eso sí, puede ser extraño que esa relajación venga de una novela negra, una elección bastante habitual en mi caso. Aunque, no es menos verdad, que las novelas policíacas las hay de mucho tipo. Sin duda, las historias de Víctor Ros me proporcionaron un gran entretenimiento durante un tiempo.